Por sus obras los conoceréis, dijo no sé quién no sé dónde. Y es cierto, porque no conozco personalmente a Antonio Muñoz Molina, pero por sus obras lo conozco. Y ayer me llevé la alegría de que le han concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, galardón que no se adjudicaba a un escritor español desde 1998, cuando se lo dieron a Francisco Ayala.
Este señor es Muñoz Molina, hombre discreto en un mundo lleno de pavos reales. El imbécil de Francisco Umbral, gacetillero que presumía de escritor, decía de él que era un hombre que pasaba desapercibido hasta en sus propios homenajes y que era el hombre al que en los cócteles todo el mundo confundía con un camarero y le pedía una copa. A eso se le llama confundir el culo con las témporas... o vomitar el antiguo rencor de la envidia a través de una pretendida gracia.
En fin, que aquí está Muñoz Molina, el hombre tan discreto como escritor brillante... y eso es lo que importa, que otros intentan llegar al Parnaso dando voces y él lo ha logrado a base de discreción y silencios.
Hoy recomiendo -además de leer su página semanal en el suplemento Babelia de El País- de entre sus novelas, El invierno en Lisboa, publicada en 1987. Páginas llenas de jazz y misterio, dos ingredientes atractivos que el escritor maneja admirablemente.
Pero quiero contar una historia que me impresionó y que aparecía en otra gran obra suya, Sefarad, publicada en 2001, medio ensayo medio novela, inquietante y conmovedora. Obra que nos habla de los excluidos y perseguidos por la ignorancia y la barbarie a través de 17 historias distintas, aunque unidas entre sí por el vínculo común de la denuncia contra el racismo y la marginación.
Como todos sabéis Sefarad es el nombre que en lengua hebrea se da a la Península Ibérica. De ahí que sean sefarditas los judíos descendientes de antiguos pobladores de España y Portugal.
Y de entre las 17 historias de este libro quiero resumir parte de la segunda, la titulada Copenhague, que hoy sustituirá a mis Breverismos. Una historia que una señora, Camille Safra, le contó directamente al escritor en la ciudad danesa .
La mujer y la niña, que ya tenía diez años -y que era Camille Safra- toman una habitación y después de cenar con el paquete de alimentos que proporcionaba la Cruz Roja, se acuestan. Entonces la madre advierte a la hija que no cierre la puerta con llave, puesto que no puede soportar el temor a quedarse encerrada en cualquier lugar.
Inquietas y nerviosas no pueden dormir en toda la noche. Y cuando a la mañana siguiente deciden salir de la habitación comprueban aterradas que la puerta está cerrada con llave. Ellas no la habían cerrado.
Intentando mantener la calma, la madre busca la llave y la encuentra en un cajón. Trata de abrir pero la llave da vueltas en la cerradura sin conseguir abrir la puerta. Nerviosa, la señora fuerza la llave y ésta se parte quedando la mitad dentro de la cerradura. Al borde del ataque de pánico corre a la ventana y tampoco puede abrirla. Entonces la hija reacciona, rompe el cristal y pide ayuda.
El dueño del hotel trata de abrir la puerta y tampoco puede, al estar la llave rota dentro de la cerradura. Finalmente consiguen sacar a las encerradas a través de una puerta oculta por un armario que comunicaba con la habitación de al lado.
Cuando toman el tren para continuar su viaje hacia París le cuentan la historia a un señor que viaja en su mismo compartimento, que, para su sorpresa y terror añadido, les dice:
-¿En el Hotel du Commerce? No me extraña que pasen esas cosas: durante la invasión nazi fue el cuartel general de la Gestapo. Yo nunca entraré en ese hotel. Ocurrieron cosas terribles en esas habitaciones. La gente pasaba por la calle y escuchaba los gritos... y hacía como si no escucharan nada.
Me alegro mucho, amigo Quino, que hayas reflexionado y vuelvas a las andadas. Rectificar es de sabios y tú pareces uno de ellos. Sultanes del Swing, qué gran canción, tan fresca como la primera audición. David Byrne es otro loco maravilloso (no eres el único) supongo que conocerás la película (loca) que protagonizó, ahora no recuerdo el título, con Jonh Godman queriendo formar una familia. Y de acuerdo contigo en lo de Umbral. Era muy bueno escribiendo, para qué engañarnos, pero quitaba las ganas con su vanidad insufrible. Un abrazo, Juan (el descerebrado)
ResponderEliminarY volver, volver, volver..... eso es lo que te cantamos unos amigos seguidores tuyos y yo, menos mal que has vuelto a casa. Extraño y magnífico los breverismos de hoy sin breverismos. Emocionante y terrible el cuento de Muñoz Molina, el de la madre y su hija judías, está muy bien que nos cuentes cosas así de vez en cuando. Y tú sigue, sigue como las pilas esas que debes saber que aun que nos de pereza escribir comentarios te seguimos y queremos.
ResponderEliminarRamón