De nuevo, a altas horas de la madrugada se
abrió la puerta de mi dormitorio. Y yo, que esperaba a Michelle Pfeiffer, amiga cariñosa de toda la vida, me llevé un
susto de muerte cuando vi entrar a un espectro envuelto en su sábana blanca.
Pero me di cuenta de que el miedo me había jugado una mala pasada ya que el tal
espectro no era sino Sócrates. Sí,
sí, el filósofo en persona, y la supuesta sábana era su túnica blanca.
-¿Qué hay,
desgarramantas?
-Haber,
haber, a estas horas hay poca cosa. ¿Y usted es…?
-Vaya,
ya veo que no me has reconocido. Soy Sócrates,
aquí tienes mi tarjeta.
Y
leí: “Sócrates (470 a .C – 399 a . C)”.
-Oiga,
pues está usted muy bien para la edad que tiene.
-Sigue
leyendo, no te desconcentres.
-“Filósofo
clásico ateniense, uno de los más grandes de la filosofía occidental. Maestro
de Platón, que a su vez fue maestro
de Aristóteles, formando los tres la
trinidad fundamental de la
Filosofía griega” Oiga, vaya currículo, es impresionante.
-Sí,
pero lo que más rabia me da es que he pasado a la Historia , sobre todo, por
mis frases redondas, por haber sido martirizado por Jantipa, mi esposa, y por mi muerte.
-Ah,
si, recuerdo el cuadro de…
-Ya
estamos con el famoso cuadrito. Mira, aquí lo tienes. Qué pena que todo el
mundo me recuerde por el cuadro que pintó, siglos después de mi muerte, en
1787, un pintor francés, un tal Jacques-Louis
David.
-Además,
no me parezco nada. Y la escena está totalmente idealizada. ¿Tú te crees que
podría estar así instantes antes de suicidarme tomando una copa de cicuta? Por
cierto, ¿tienes un Almax? Es que desde aquel día se me ha quedado un ardor de
estómago…
Después
de tomarse el Almax y ya más tranquilo, se sentó a los pies de la cama y
añadió:
-Yo
prefiero las imágenes que me presentan con mis discípulos.
-Mira,
aquí estoy enseñándoles la mayéutica, ya sabes, eso de que cada uno debe
desarrollar sus propias ideas y dar con la verdad por sí mismos. Y, sobre todo,
que reflexionen, que busquen el camino de la investigación y la exactitud hacia la verdad absoluta.
-Mira,
aquí estoy con Fedón, mi discípulo
predilecto, el más querido.
-Vaya,
no me extraña…
-No
te extraña, ¿qué?
-No
nada, bueno… que no me extraña que lo acusaran de corromper a la juventud.
-Pero
solo ideológicamente, ¿qué pensabas?
-No
nada. Siga, siga…
-Para
mí, lo más humillante –añadió, cambiando de conversación- fue que llegaran
hasta hoy las burlas que me dedicó Jenofonte
en su obra Las Nubes y, sobre todo, mis
desavenencias con Jantipa, mi
adorada pero airada esposa, que todo hay que reconocerlo. Como en este grabado
en el que me tira encima el contenido de un orinal.
-Caramba,
esto sí que es fuerte.
-Es
que era muy suya. Tenía treinta años menos que yo y un carácter endemoniado.
-¿Y
lo del orinal es verdad?
-Se
enfadaba muchísimo –añadió, sin contestar- y me espetaba: ya está el filósofo con sus frasecitas, cada vez que me escuchaba
decir lo de Yo solo sé que no se nada,
o Conócete a ti mismo que, por otra
parte, esta frase estaba inscrita en el frontón del templo de Delfos, pero
resumía muy bien lo que yo enseñaba a la juventud. Y eso que, por otra parte…
-Lo
que más le molestaba a Jantipa es
que no escribiera ninguna obra, con la que habría podido llevar algo de dinero
a casa. Pero es que yo creo que cada cual debe desarrollar sus ideas sin
interferencias.
-Pues
menos mal que su pensamiento ha llegado a nosotros por personajes más prácticos,
como Platón, Jenofonte, Aristipo y Antístenes, que si no…
-Es
que para mí la sabiduría no es la acumulación de conocimientos, sino que cada
cual revise los conocimientos que tiene y a partir de ahí convertirlos en más sólidos.
-Pues
yo, la verdad, lo que se dice conocimientos…
-Porque
eres un desgarramantas, Quinito, amigo. En fin… ¿tienes Breverismos de
filósofos?
-Sí,
unos cuantos.
-Pues
ya sabes.
Breverismos
1664) YO SÓLO SÉ…
-Yo sólo sé que
no sé nada –dijo Sócrates, amigo de las frases hechas, convencido de que
pasaría a la Historia
por su saber… y su falsa modestia.
3968) SÓCRATES
Sócrates, que
además de filósofo era zapatero, no hace falta decir cómo se ganó la vida.
7576) AQUÍ NO SE NADA
-Yo solo sé que no se
nada –dijo Sócrates niño en el año 478
a de C, cuando estaba a la orilla
de un río, ante un cartel que decía que estaba prohibido nadar. De ese
recuerdo, años después, surgiría su famosa cita con acento en la segunda E.
-Oye, tampoco era cosa
de dedicarme los tres Breverismos de hoy, que honor. En fin, para abreviar y explicarte
por qué te he pedido el Almax. Es que, en el año 399, cuando tenía 70 años, me
negué a colaborar con el recién instaurado régimen de los Treinta Tiranos. Les
molestaba mi facilidad de palabra, mi fina ironía y la
agudeza de mis razonamientos con la que, según ellos, embaucaba a los jóvenes. En
fin, me condenaron, por 60 votos contra 65, al destierro o a muerte -en el caso
de no querer abandonar Atenas- por no honrar debidamente a los dioses y por
corromper a la juventud. Así que me despedí del jurado con otra de mis frases,
que traía preparada pues me imaginaba el veredicto: Vosotros saldréis de aquí a vivir; yo, a morir. Y solo los dioses saben
qué es lo mejor.
-Usted digno hasta el
final.
-Pues sí, porque hasta
rechacé un plan de mis discípulos para escapar de la prisión, pues pensé que la
muerte era lo más digno. Así que bebí la copa de cicuta… y desde entonces soy
inmortal, mientras que nadie recuerda el nombre de los tiranos. Bueno, ya está
bien, que se me hace tarde. Mira, te dejo otra frase de regalo a cambio del
Almax que, oye, ha sido milagroso.
Y se fue con el mismo
sigilo con el que había llegado. Pero, cuando estaba a punto de volver al
sueño, se abrió la puerta de nuevo, asomó la cabeza y enseñándome un grabado,
me dijo:
-¿Te has dado cuenta cómo
me parezco aquí a tu amigo José Luis Cuerda?
Mañana, más de otro
tema.
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